Por la mañana Graciela da clases en la cárcel y por la tarde da clases a niños de primer grado. Vive en San Francisco (Argentina). Viajó a España sólo para conocer la tierra de su abuela.
¿Qué aprendes de la cárcel?
La cárcel me enseña a no juzgar, a ver a las personas que tengo delante como alumnos no como presos. Y eso me ayuda también fuera, en mi vida cotidiana. En saber quitar mis prejuicios para ver de verdad a la persona que tengo delante. De tratar de entender que le llevó a actuar o no de determinada manera. No puedo actuar de manera indiferente, y juiciosa, porque esas personas necesitan reinsertarse, volver a tener una oportunidad y creer en la sociedad que les espera ahí afuera. Yo represento a esa sociedad que les espera fuera. Aunque luego esa sociedad tampoco esté preparada y educada para recibirles, para reintegrarlos.
¿Qué te llevas?
Un presidario me escribió una carta contándome lo que significó para él aprender a leer. Resulta que el día que pudo leer por primera vez un cuento llamó a su hijo para que lleve a sus nietos, quería darles una sorpresa. Cuando el hijo llegó le leyó a él y a sus nietos un cuento, y era la primera vez en la vida que podía leer. A partir de aquel día cada fin de semana los nietos le visitaban para que el abuelo les lea un cuento. Fue una de las historias más conmovedoras de todos estos años. Y aún conservo esa carta que leo en público siempre que puedo.
Cuando vives esas cosas dejas de ver a un presidario, el hombre vuelve entonces a ser hombre a poder volver a empezar.
Cuando aprenden a leer veo en ellos exactamente la misma ilusión de los niños al leer sus primeras frases o escribir las primeras palabras. Es emocionante.
¿Y con los niños? ¿Cómo viven los niños las diferencias?
En el aula tenemos un buzón en el cual los niños pueden dejar sus impresiones o manifestar su tristeza por una situación determinada. Cuando leemos los papelitos del buzón es el momento de dialogar y contarnos eso que nos hizo daño. Creo que los conflictos se solucionan en la medida que se puede dialogar y se educa desde pequeños para poder escuchar al otro y entenderlo.
Cuando acabamos, en el recreo, se invitan a jugar y es su manera de recomenzar de forma natural, sin rencores, dándose una nueva oportunidad. Los niños no tienen prejuicios. Tienen curiosidad por saber por qué el otro actúa de una u otra manera. De conocer de dónde vienen, qué les gusta, es natural y todo se aprende desde el juego.
Me habla convencida, entusiasmada, segura. Habla claro y contundente. Sus vivencias le dan esa autenticidad de quien día tras día procura hacerlo lo mejor posible porque tanto en los adultos como en los niños ella les deja esa semilla, esa esperanza de que mañana llegarán lejos y sobre todo de que nunca es tarde para crecer, para ser mejores, para aprender.
Acerca del autor
Fotógrafa Vivencial desde 2014. Colabora en Ciutat Nova con la sección de Historias Vivas y la imagen visual de la revista.