Durante largo tiempo, hemos vivido, desgraciadamente, una cultura patriarcal, que ha generado una sociedad asimétrica. El hombre ha dominado a la mujer y ésta, fruto de un modelo social de la época, se dejaba dominar. Las responsabilidades y las decisiones eran tomadas siempre por el hombre, y la mujer, generalmente, las aceptaba sin discutirlas y, cuando las discutía, se podrían producir, y todavía se producen, hechos de violencia, que podían acabar de la peor de las maneras.
Esa sociedad patriarcal generó una patología grave: el machismo, que manifiesta una actitud posesiva y dominadora del hombre respecto a la mujer.
Por una parte, vemos la violencia de género: el hombre trata bárbaramente a la mujer, como si fuese un objeto de su propiedad. El máximo exponente de esta actitud es la prostitución, que convierte el cuerpo de la mujer en un negocio. La mujer se encuentra entre el cliente y el proxeneta, sufriendo una auténtica esclavitud en pleno siglo XXI.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, nos recuerda lo que nunca deberíamos haber olvidado: “Todos somos iguales en dignidad”. A partir de aquí, se tendría que redefinir que es la masculinidad y que es la femineidad, para que no se repitan, en ningún sentido, los errores del pasado.
La auténtica masculinidad no tiene nada que ver con actitudes posesivas, dominadoras o violentas. Sí que tiene que ver con las ganas de hacer feliz a la persona amada, de ayudarla y de comprenderla, con las ganas de abrir un diálogo sereno y sincero, para decir que es lo que nos gusta y lo que no nos gusta; se trata, pues, de generosidad gratuita: dar sin esperar nada a cambio.
Asimismo, hay que poner a la femineidad en su justo lugar. Lejos de toda forma de sumisión, la mujer sabe muy bien lo que quiere y lo que no quiere. Tiene necesidad de amar y de sentirse amada, y también de sentirse reconocida, valorada y respetada. Estas dos maneras de entender la vida, desde la masculinidad y desde la feminidad, se necesitan y se complementan. Pero… ¡Importantísimo! Nadie debe estar por encima de nadie, y así, desde la más absoluta igualdad, poder celebrar juntos la gran fiesta de la vida.
Y así, situaríamos la sexualidad en el marco inseparable del amor recíproco, don de se comparten sentimientos y deseos. Hay que saber transmitir esta realidad y ser capaces de crear un marco educativo para nuestros jóvenes, en el que la pasión amorosa se pueda expresar desde la igualdad, con libertad y respeto, y abrir, de una manera más humana y más hermosa de entender la relación entre hombre y mujer.
Acerca del autor
Licenciado en Ciencias Químicas, Master en Astronomía, casado con Blanca, dos hijos, cuatro nietos, colaborador habitual de Ràdio Estel, de Ciutat Nova y de CAT-Diàleg. Asesor ocasional de la Eurocámara en temas de medio ambiente.