Aunque a veces no seamos del todo conscientes de ello, debemos reconocer que vivimos bajo el dominio del mercado. Una idolatría del mercado que guía nuestros deseos y llegamos a no distinguir demasiado entre lo que es fundamental y lo que es superfluo. Llegados a este punto, creo que es necesario recuperar una palabra que no está nada bien vista actualmente: la austeridad. Esta palabra que parece áspera, dura, antipática… nos trae a la memoria privaciones y prohibiciones. Pero en realidad, la cosa no va por ahí. La austeridad, bien al contrario, es como una especie de madurez psicológica que nos ayuda a saber escoger lo que es necesario, dejando de lado aquello que no lo es. Lanza del Vasto, discípulo de Gandhi, decía que la austeridad es como aquella elegancia del espíritu que nos permite dejar espacios libres, para poder llenarlos de generosidad y de acogida bondadosa a los otros y a sus necesidades.

No faltan voces alarmistas que dicen: ¡Cuidado! Una sociedad austera sería la ruina del comercio y de la industria, trayendo como consecuencia más paro y el coste social que esto provoca. Os aseguro que, en este sentido, no tengo el más mínimo de los miedos. NO tengo miedo porque la austeridad siempre quedará reducida a unas minorías determinadas. La inmensa mayoría seguirá fiel a las directrices de la sociedad de consumo. Encontrar el gusto a la austeridad no es una cosa que se pueda improvisar, no es una moda ni algo que se hace de hoy para mañana. Es como un descubrimiento progresivo que nos hace entrar en otra forma de entender la vida.

En realidad, no debe ser la moda ni la publicidad quien debería decirme qué es lo que tengo que comprar. Debería adquirir solo aquello que necesito. Cuántas cosas tengo que no necesito y que quizás tu necesitas. Cuántas cosas tienes que no necesitas y que tal vez puedo necesitar yo. Esta no es una actitud frecuente, a pesar de ser muy necesaria. Es especialmente conveniente porque es solidaria y tiende a beneficiar tanto a aquel que tiene de sobras, como a quien está faltado de lo imprescindible. Favorece el ahorro, porque reduce el gasto y hace posible una mayor disponibilidad para ser solidarios. Es ecológica, porque disminuye la generación de residuos. Es sostenible, porque las ventajas son muy superiores a los inconvenientes.

Erich Fromm denunciaba esta obsesión consumista, hace muchos años cuando aún la sociedad de consumo no tenia la fuerza actual. Decía Fromm: “si solo hablamos de lo que tenemos o de lo que no tenemos y querríamos tener… nos hará falta, para salir de esta dependencia, una reflexión que nos abra la puerta a un cambio vital, y substituya el deseo de tener por el gozo de amar”.

Acerca del autor

Licenciado en Ciencias Químicas, Master en Astronomía, casado con Blanca, dos hijos, cuatro nietos, colaborador habitual de Ràdio Estel, de Ciutat Nova y de CAT-Diàleg. Asesor ocasional de la Eurocámara en temas de medio ambiente.

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