Aceptamos el engaño de forma natural, como si siempre nos hubiera rodeado, como si fuera parte de nosotros.

Este hecho no sería relevante, a menos que de tanto aceptar la falsedad, dejemos de filtrar, de aplicar sentido crítico y, por tanto, nos hace víctimas propicias del engaño generalizado. Nos hace vulnerables. Débiles.

Cuando el pintor surrealista belga René Magritte, inmerso en aquella época en el “realismo mágico”, pintó el cuadro “Cecipipa n’est pas une pipe”, describió de forma socarrona el concepto de la relativización de la realidad aparente. Formaba parte de una serie de cuadros que llamó «La traición de las imágenes», pintados en 1928.

Dicho cuadro nos muestra de forma realista e inequívoca, una pipa. En la parte inferior, escribe el siguiente mensaje: “Ceci est pas une pipe”. Es decir, muestra una pipa, pero al mismo tiempo afirma que no lo es. No es una pipa, sino la representación de una pipa. Unas líneas pintadas, unas manchas de color, una imagen que identificamos como tal pero que en realidad no es.

Cuando en 1973 el filósofo francés Michel Foucault escribió su libro titulado precisamente “Ceci n’es pas une pipe”, incidía en la contradicción entre imagen representada y la frase referida. Se hace inevitable relacionar el texto con el dibujo, al tiempo que es imposible acreditar que la aserción es verdadera, falsa o contradictoria.

Hemos tomado la falsedad como síntoma de normalidad. Los cuadros del falsificador Tom Keating se convierten en cotizadas prendas de coleccionista. El entablado de madera de roble natural macizo pasa a ser un parqué donde sólo los 3 milímetros superiores son de madera buena. O ni siquiera es madera, sino que es plástico vinílico, pvc, o directamente pieza cerámica extruida. La madera ha perdido para muchos su propio valor, lo que le es esencial. La autenticidad, el alma. Ni siquiera incomoda su falsedad, y se muestra sin rubor alguno, al contrario.

A veces el engaño es incluso emocional, como la empresa H&M Lab Germany, que está desarrollando una cazadora vaquera llamada Wearable love que activada desde una aplicación en el móvil, ofrece mediante tecnología, la sensación al usuario de que está recibiendo un abrazo.

Determinados programas televisivos, refuerzan las escenas cómicas con sonrisas que no son reales del momento, sino que están previamente grabadas. Son las llamadas “sonrisas enlatadas”. Es una forma de modelar la reacción del público según la voluntad y el interés del programa. Si nos cuentan un chiste que no nos hace reír, pero oímos sonrisas, es más probable que también lo hagamos, por la predisposición natural a imitar la conducta de grupo. Es decir, utiliza un mecanismo atávico -conducta grupal y social- que llevamos integrado, para manipular el resultado y la sensación que nos crea interiormente. Se desarrolla un fenómeno de empatización que acaba por conducirnos a un determinado estado. Es falso, pero lo percibimos como real, auténtico.

En el período del Covid-19, se jugaron muchos partidos de fútbol sin público. Enormes estadios permanecían vacíos mientras se jugaban partidos de alto nivel, retransmitidos por los medios audiovisuales. Para evitar la extraña sensación que producía no ver a nadie en las gradas, y no oír los cánticos y los gritos, los técnicos de las retransmisiones utilizaron dos inverosímiles engaños. Por un lado, llenaron las gradas de una especie de pixelado virtual que simulaba la existencia de personas, aparentando el estadio lleno, un patchwork multicolor. Al mismo tiempo, los técnicos de sonido crearon un sofisticado sistema de simulación, por el cual con un clic aparecía la reacción sonora de un gol, de una oportunidad fallada, o de un error arbitral. La idea es simple: conseguir que el espectador viva falsamente el partido como se habría percibido en una situación normal.

Estamos en una fase del proceso, en el que ni siquiera prestamos atención, y lo aceptamos como real. Nos hemos acostumbrado tanto a la manipulación, que eliminamos cualquier incomodidad que pueda producirnos.

La falsedad se va incorporando a nuestras vidas y la realidad se va transformando. Al fin y al cabo, es más agradable indignarse ante un penalti no señalado si percibes que miles de personas se están indignando igual que tú.

Es comprensible el confort que crea el comportamiento grupal coral, pero de nuevo la tecnología nos lleva a distorsionar la realidad, e incorporar las falsedades como ingredientes cotidianos. Nadie se sintió incómodo ante el masivo engaño, nadie discutió su legalidad moral.

En 2013, Mark Post creó la primera hamburguesa sintética, fabricada con cultivo realizado en laboratorio de células madre de ternera. Se deja crecer y se le añade zumo de remolacha para darle el color de carne, sal, huevo en polvo, pan rallado y azafrán para darle gusto. Y aparece una hamburguesa.

La empresa israelí, Aleph Farms, con la técnica del “biohacking”, está preparando costillas construidas con impresoras 3D con estructura microfibrosa, con proteína de origen vegetal. Este caso es más complicado comparado con la carne picada, ya que es necesario dotar a la pieza de estructura de soporte, grasa y tejido. También se está trabajando con huevos sintetizados en laboratorio a partir de células de pluma de gallina.

Nos encontramos frente a un nuevo marco, el estadio de la aceptación natural del engaño. Estamos receptivos a recibirlos masivamente. Nos estamos insensibilizando a ser manipulados, y progresivamente una parte más importante de la población estamos dejando de filtrar, y vamos entrando inocentemente, y sin siquiera percibirlo, en las diferentes burbujas de pensamiento único que nos vamos encontrando por el camino.

Acerca del autor

Arquitecto de profesión, curioso de vocación, crítico, reflexivo y aprendiz de librepensador. Buscando el origen de las cosas, para intentar entender el porqué de todo.

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