El camino que conduce a un mundo más justo, igualitario, fraterno y sostenible, no es una autopista. Es un camino lleno de cruces, dudas, incertidumbres y decisiones personales y colectivas.

 

UN CAMINO

Lo que se promete hay que cumplirlo. El camino expuesto en el artículo anterior continua ahora tratando de aclarar un poco más la propuesta de decrecimiento feliz que no debería llevar sólo a impedir destruirnos, sino a avanzar hacia una humanidad más inclusiva, justa e igualitaria. En definitiva, a una abundancia y felicidad más universales.

Que el norte global siga asegurando el crecimiento a base de comprar naturaleza a bajo precio en el sur global, no sólo es una barbaridad ecológica, no sólo es una lacerante injusticia; sino que también provoca muertes, acercándose a lo que podría tratarse de un crimen contra la humanidad. La situación me parece lo suficientemente grave como para explorar decididamente ese camino que puede ser el único para revertir tal desbarajuste humanitario.

Sí, quizás el decrecimiento sea el camino obligado que hay que recorrer para volver a los límites de la sostenibilidad ambiental, pero está claro que no es la meta a alcanzar. El objetivo es una sociedad sostenible, igualitaria, justa y solidaria.

MERCANCÍAS Y BIENES

En los siglos XVI y XVII, el capitalismo necesitó imponer la separación entre naturaleza y humanidad; convenció a la gente de que el ser humano y la naturaleza son cosas diferentes, que la naturaleza es un objeto, algo de lo que se puede usar, abusar, explotar, expoliar… Una dualidad, una fragmentación que, junto con muchas otras, perdura hasta la fecha. Para romper esta dualidad y empezar un nuevo camino, ni la economía, ni la ecología, ni la política, ni ningún otro ámbito, será suficiente por sí mismo. Habrá que redefinir conceptos, encontrar nuevos equilibrios y construir nuevas relaciones.

Para comprender mejor la idea de decrecimiento -que no es sinónimo de recesión- resulta muy interesante la distinción que hace el ensayista Maurizio Pallante[1] entre mercancía y bien. Estos dos conceptos no son lo mismo, pero tampoco son opuestos. Los confundimos porque todos los objetos y servicios – cuyo valor configura el PIB – responden a necesidades y deseos de los consumidores; y en el mundo industrializado estamos acostumbrados a comprarlo todo, pero lo que compramos en realidad son mercancías; sin embargo, lo que nos es verdaderamente útil son bienes.

Lo contrario de bien no es mercancía, sino objeto inútil o perjudicial. Lo opuesto de mercancía no es el bien, sino ese objeto que no se vende. Precisamente porque no son dos conceptos opuestos, pueden coexistir y dar lugar a cuatro combinaciones:

  • Mercancías que no son bienes, como por ejemplo los residuos.
  • Bienes que podemos obtener incluso sin comprarlos, como la verdura del huerto o el tiempo que intercambiamos con otros.
  • Bienes que sólo podemos obtener en forma de mercancías por requerir tecnología evolucionada para su fabricación.
  • Bienes que no pueden tenerse en forma de mercancías, como los bienes relacionales.

La recesión es la disminución generalizada de toda la producción de mercancías y provoca paro. En cambio, el decrecimiento propone la reducción de la fabricación de mercancías que no son bienes (residuos y despilfarro), el aumento de la vida útil de los bienes duraderos y la reparación y reciclaje de los materiales reutilizables. Es un camino que conduce hacia una verdadera conversión económica de la ecología que implica la innovación en tecnologías que hagan que sea económicamente interesante reducir los diversos factores que provocan la crisis ecológica, sin la contribución de dinero público en forma de subvenciones.

DECRECIMIENTO FELIZ

El decrecimiento feliz, no es una recesión, es un decrecimiento global que implica la utilización de menos recursos naturales sin afectar, o incluso mejorando, el nivel de felicidad de las personas. Es evidente que hay gran parte de la población mundial que necesita más mercancías para vivir en condiciones dignas, mientras hay otra parte (más pequeña, pero enormemente consumidora) que puede seguir viviendo y siendo feliz con menos mercancías de aquellas que hay que fabricar. Es un camino de igualdad y justicia.

En el fondo, esta propuesta implica también un reajuste de la demanda a una oferta distinta. Un vuelco de los hábitos de consumo que pasa por dejar de considerar el consumismo como una virtud pública sobre la que se fundamenta la estabilidad social. Sin embargo, habrá que dejar de utilizar las refinadas técnicas persuasivas que han llevado a confundir el bienestar con el mucho tener. Para ello es necesario hacer frente a una verdadera mutación antropológica que permita redescubrir qué nos hace de verdad más felices y qué no.

La disminución, en el norte global de la sobreabundancia, de la oferta de mercancías de aquellas que es necesario fabricar, puede contribuir a la felicidad de mucha gente. Y el aumento de la oferta de esas mismas mercancías en el sur global, también. La proliferación a nivel planetario de economías locales de proximidad y de subsistencia, que hacen aumentar la oferta de bienes de aquellos que no es necesario comprar y, por tanto, que no es necesario mercantilizar, puede ser también un valioso elemento de mayor bienestar y felicidad.

El decidido aumento de la oferta global de bienes que no pueden ser mercancías es evidente que sólo puede contribuir a la felicidad de todos. Si debemos responder a la pregunta de qué nos hace felices, seguro que no deberían salir los verbos trabajar, producir, fabricar, vender, comprar… Más bien son las mayores y mejores opciones para cuidar a las personas, la seguridad de que todo el mundo puede estar bien atendido en sus necesidades de todo tipo: sanitarias, sociales, educativas, culturales…, lo que nos va acercando a la idea de un cierto grado de felicidad. Disponer de tiempo para dedicar a la familia, a los amigos, al ocio, a la generosidad, a la cultura, a la solidaridad, al conocimiento, a las relaciones, al huerto, al jardín…, también nos acerca a ella.

Acumular, explotar, producir, tener cada vez más mercancías, cuando ya tenemos las necesidades básicas cubiertas, acaba alejándonos de la felicidad, destruyendo nuestro planeta y poniendo en peligro las opciones de desarrollo de las futuras generaciones. El aumento de las desigualdades y las injusticias también es fuente de malestar. Es necesario un cambio de paradigmas, sí. Hay que tomar un camino radicalmente distinto, también. Para ello, será necesario redescubrir y cultivar el componente espiritual inherente a la persona humana, por supuesto. Quizás haya que avanzar en el modelo que el filósofo francés Serge Latouche llama «la sociedad de la abundancia frugal o del decrecimiento sereno», posiblemente. Que este camino de decrecimiento feliz puede ser una buena opción, quién sabe si la única, me parece bastante razonable, bastante sensato y profundamente esperanzador.

[1] Pallante, M. (2023) Riscaldamento globale: la risposta della decrescita felice. Nuova Umanità. 247, 145-158


Este artículo ha sido publicado en el blog del autor: «Mirades» y también se puede escuchar el pódcast en Spotify: «Decreixement feliç» (ambas publicaciones en lengua catalana)

Acerca del autor

Colaborador habitual de Ciutat Nova y también... profesor de economía (jubilado), gerundense de adopción de espíritu universal, defensor de causas más o menos perdidas. Pensador por afición. Lector recalcitrante. Escritor vital. Comunicador.

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