A veces sorprende cómo pese a que podamos vivir con personas a las que estimamos, la comunicación sea igualmente un proceso no fácil. Podría parecer un contrasentido, pero no lo es. Amar a la pareja, pero no poder ponerse de acuerdo fácilmente sobre ciertos temas; querer a los hijos, pero no lograr un diálogo sereno sobre algunos aspectos sensibles, son solo algunos ejemplos. Sin afán de generalizar un tema tan complejo, proponemos algunos aspectos centrales que pueden ayudar a dar pistas sobre cómo gestionar los conflictos desde una perspectiva positiva.
Identificar el conflicto para comprenderlo
Los conflictos pese a lo que algunas personas podrían pensar, no son negativos en sí mismos ni son un peligro para la cohesión o la unidad de cualquier sistema humano, sea este una familia, un grupo religioso, una ciudad, un país. Los conflictos son procesos normales en sociedades complejas y diversas. No somos clones los unos de los otros (por suerte) y las posiciones o percepciones sobre algunos temas a veces pueden parecer o ser abiertamente opuestas.
Lo que daña a los sistemas humanos no es la existencia del conflicto, sino la manera cómo estos se gestionan.
En sociedades donde la diversidad y la libertad de expresión son valores profundamente arraigados es importante facilitar a las personas espacios estructurados (en la escuela, partidos políticos, familia, universidades, asociaciones sindicales, organizaciones sociales, etc.) para entrenar las propias habilidades comunicativas y entrenar cómo dialogar desde la diferencia.
Expresar los propios pensamientos emociones, necesidades y expectativas de manera clara y a su vez de manera respetuosa de la percepción del otro es un desafío, pero a la vez es la base de una sociedad sana, diversa y democrática.
Tipos de conflicto
No todos los conflictos son iguales y no todos se resuelven de la misma manera. Tampoco son fáciles de clasificar, porque no existen conflictos homogéneos, la mayoría tienen componentes muy variados, lo que dificulta su gestión. Sin embargo, cuando surge una diferencia, antes de gestionarla, es útil intentar comprender la naturaleza del problema para aportar las herramientas adecuadas e invertir la energía de la manera más eficiente posible. Si artificialmente aceptamos esta premisa, podemos decir que existen 4 tipos de conflicto.
Los primeros son de tipo fáctico, que ocurren cuando alguien dice o hace algo que irrita, molesta o hiere a otro. Estos conflictos pueden ser muy serios, pues se basan en la experiencia de algo que ha generado una diferencia entre dos personas o grupos, pero también pueden ser muy simples, pues a veces se trata de aclarar el hecho, el malentendido, pedir disculpas por lo que se dijo, y una vez resuelto, la relación permanece intacta.
Cuando el conflicto es fáctico, no es recomendable activar otros problemas antiguos que solo enturbian el diálogo. Si estoy triste de que te has olvidado de acompañarme a esta reunión que para mí era tan importante, hablemos del hecho en sí que me ha dolido y de cómo hacer para que no vuelva a ocurrir. Pero no hablemos de que nuestra relación está en crisis (a menos que lo esté)
Si el conflicto es relacional (No tolerar a una persona, alguien que nos es antipático, aversivo, un adversario, un padre o madre autoritaria, una hermana que siempre nos ataca, una pareja celosa), entonces es mejor no gastar horas en hablar del “hecho”, qué hiciste y qué no, o por qué lo hiciste, pues es probable que cualquier detalle haga que el conflicto estalle, ya que el tema de fondo es cómo funciona la relación entre estas personas. Al menos identificar la tipología del conflicto puede ayudar a enmarcar el diálogo en la dirección justa.
Si el conflicto es de intereses, en cambio, se trata de percibir que se tienen intereses opuestos o aparentemente opuestos. Queremos hacer vacaciones en familia, pero a mí me descansa la montaña y el silencio, y a mis hijos les descansa una playa con muchas personas y vida social activa. Son intereses aparentemente incompatibles, sin embargo, un proceso de diálogo adecuado, centrado en realmente comprender las necesidades de cada miembro de la familia puede arrojar luces intermedias. No todo es blanco o negro, siempre hay grises. Lo importante que un conflicto cuando es de intereses no desencadene en descalificaciones personales (tú eres incapaz de ponerte en mi lugar, yo no les importo) o cuestionar la relación entre personas (si no vamos a la montaña es porque mis hijos no me aman).
En el caso del conflicto valórico, es importante aún ser más cauteloso con las palabras y los pensamientos. Los valores representan convicciones profundas de las personas y una diferencia de valores (moral, religión, política, por ejemplo) activa prejuicios y emociones que es necesario gestionar adecuadamente si lo que nos interesa es el encuentro y comprensión de la otra persona.
En un conflicto de valores desde una mirada en la que el otro es considerado una persona con nuestra misma dignidad, no podemos pretender convencer, manipular o persuadir de que su valor no importa, pues es probable que esto intensifique el conflicto. Cuando se trata de un conflicto donde están en juego principios básicos, lo que construye una relación de confianza y respeto es el interés por el pensamiento del otro, comprender por qué piensa como piensa (empatía cognitiva), preguntar hasta comprender en profundidad, tanto, que incluso fuéramos capaces de decir con nuestras palabras qué piensa el otro. Esto no significa estar de acuerdo, sino solo comprender.
La empatía cognitiva es un proceso fundamental que nos asegura comprender qué piensa el otro antes de contestar.
En el caso de un conflicto de valores es probable que se pueda llegar a la comprensión recíproca, pero no al consenso. Cosa que no es poco. Sin embargo, si la comprensión es profunda, es probable que se iluminen aspectos que abran el diálogo a nuevos matices y que sea un tema menos polarizado. Solo si comprendemos de verdad al otro, podemos construir una experiencia de encuentro.
Ejemplos: Combatir un estilo de vestuario de un hijo v/s comprender qué quiere comunicar con esta manera de vestirse; Desprestigiar un estilo musical que gusta a los hijos v/s escuchar la música con ellos hasta comprender qué les provoca.
Entrenar la metacognición
Amar a alguien no nos protege de no herirles con alguna palabra o acción. Y es que no es un tema de buena o mala voluntad; el cerebro humano se demora 3 segundos en generar expectativas respecto a alguna persona o situación. Aunque no estemos habituados a pensar en nuestro pensamiento (capacidad metacognitiva), estos pensamientos existen, queramos o no asumirlo.
Al encontrarme con alguien, me espero que el encuentro comunicativo vaya en una dirección u otra. De alguna manera y basándome en experiencias previas hago una especie de previsión rápida sobre qué espero del otro en este momento puntual. Por ejemplo, si una madre le dice a su hija adolescente de ordenar su habitación, la madre se espera una respuesta dentro de una gama de alternativas posibles, según su conocimiento previo de la hija (La hija siempre le dice que lo hará después y luego no lo hace; siempre lo hace; nunca responde; el tema le irrita, etc.).
Aunque la madre haga un ejercicio de vacío, intentando mirar a su hija como una hoja en blanco, igualmente espera una respuesta dentro de la gama a la que está habituada. El tema de fondo en este caso, para la madre, es entrenar su capacidad para conquistar su propio pensamiento, y aceptar la existencia de estas expectativas. Si la madre es consciente de qué se espera en realidad, y de qué es lo que piensa de la hija, podrá verbalizarlo y generar un diálogo sobre el tema, negociar reglas y llegar a acuerdos.
El pensamiento no siempre lo podemos controlar, muchas veces “surge”, pero siempre lo podemos gestionar.
Prejuicios y etiquetas
El primer dispositivo en activarse en un conflicto por ejemplo es el de la etiqueta negativa, el prejuicio. Aunque no lo digamos en voz alta, quien nos contradice, o representa una opinión diferente a la nuestra activa en nosotros pensamientos, emociones y comportamientos. Si en el fondo pienso que el otro no es una persona capaz, seguramente, aunque yo haga un ejercicio educado de aparente escucha, el otro, que es un ser inteligente intersubjetivo notará la mirada donde no le estamos validando como alguien a nuestra altura.
No solo hemos de entrenar la escucha, sino antes y mucho antes, la metacognición, para conquistar nuestro pensamiento positivo, asegurarnos a nosotros mismos de que a la otra persona, sea quien sea, le estamos tomando en serio y que merece todo nuestro respeto y atención por el hecho de ser una persona humana.
Pensar que un hijo no es capaz de hacer los deberes si no le ayudo, que la pareja no podrá manejar la casa si le dejamos a cargo cuando nos vamos de viaje, son ejemplos de etiquetas en las que el otro (aunque le amamos) no siempre está a nuestro nivel. Si no nos damos cuenta de que estas etiquetas existen en nuestro pensamiento, podemos dar paso a comportamientos de invalidación del otro, con serias consecuencias para las relaciones y la autoestima.
Si en cambio, aceptamos e identificamos estas etiquetas, por mucho que sea incómodo aceptar lo que estamos pensando, incluso que sea algo políticamente no correcto, entonces en este momento somos dueños de nuestro pensamiento y lo podremos gestionar aceptando nuestros límites, incluso incorporando al otro en este pensamiento (reconozco que siento desconfianza, y te lo digo con temor, pues no quiero ofenderte)
Es necesario entrenar nuestra propia mirada del otro y del conflicto, entrenar nuestra empatía, revisar nuestros propios prejuicios, las etiquetas que tenemos del otro en nuestro pensamiento. Y nada mejor, que partir por ejercitarnos en el ámbito privado, pues es un ambiente donde nuestra motivación para mejorar es alta y donde la mejora de la calidad de la comunicación y las relaciones interpersonales está íntimamente ligada con nuestro bienestar físico, emocional y social.
Autora: Pilar Escotorin, Doctora en Psicología de la Comunicación, Laboratorio de Investigación Prosocial Aplicada Universidad Autónoma de Barcelona
Este artículo se ha publicado en la revista Nouvelle Cité (mayo-junio 2021)
Acerca del autor
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