Nuevos fenómenos como la infodemia o el droomscrolling han tenido un impacto directo sobre la salud mental de la ciudadanía. Desafortunadamente, aunque las redes sociales implican la conectividad, no conducen necesariamente a la interacción comunicativa.

 

Las redes sociales y los medios de comunicación han jugado un papel clave en cómo la población ha vivido la crisis del COVID-19. La hiperconectividad, la sobreinformación y la difusión de noticias falsas y bulos han llevado a la aparición de nuevos fenómenos como infodemia o droomscrolling, que han tenido un impacto directo en la salud mental de la ciudadanía.

Como señalan los autores  Ribot Reyes, Chang Paredes y Gónzalez Castillo, la COVID-19 ha traído consigo un aumento de la ansiedad, el miedo, y síntomas como la desesperanza, cambios en el apetito o alteraciones del sueño. Estas respuestas emocionales son derivadas de la preocupación por el estado de salud propio o de gente conocida, la inestabilidad laboral y la consecuente incertidumbre económica, el desconocimiento de la duración de la situación, la soledad ante el aislamiento, o el aburrimiento y la frustración ante la falta de rutina.

Según dichos investigadores, esto está relacionado con la “exposición constante a noticias de riesgos” y la profundización en “sensaciones de victimización, malestar y vulnerabilidad personal”. Muchos medios, y muy especialmente las redes sociales, propician una “percepción de que podemos ser las próximas víctimas, en este caso, del virus”. De esta manera, el miedo, respuesta natural ante una situación de estas características “se vende e intensifica con las noticias, las redes sociales y el cine” generando una “zozobra social y económica” que favorece “el caos, la enfermedad y la muerte sobre los más vulnerables”.

Por su parte, López de Veneroni, señala que, si bien antes la desconfianza, los prejuicios y la ignorancia sobre temas de salud pública se podían atribuir a una falta de información o a la dificultad en el acceso a esta, en la actualidad ocurre todo lo contrario: hallamos un exceso de contenido informativo que circula por numerosos canales y no siempre es de calidad. Además, aparecen numerosos mensajes intencionalmente diseñados “para distorsionar y confundir, producto de intereses políticos, noticiosos o comerciales (fake news, etc.,)”. De esta forma, lejos de contribuir a un mejor entendimiento de la pandemia y cómo contrarrestarla, la cantidad y el tipo de información que ha circulado respecto a este virus ha generado “respuestas y disposiciones sociales perniciosas”, apunta.

En este contexto aparece el término infodemia, referido a “una sobreabundancia de información, en línea o en otros formatos” que “incluye los intentos deliberados por difundir información errónea para socavar la respuesta de salud pública y promover otros intereses de determinados grupos o personas”. Según diversos organismos internacionales, este fenómeno llega a “perjudicar la salud física y mental de las personas, incrementar la estigmatización, amenazar los valiosos logros conseguidos en materia de salud y espolear el incumplimiento de las medidas de salud pública, lo que reduce su eficacia y pone en peligro la capacidad de los países de frenar la pandemia”. Además, supone una polarización del “debate público sobre los temas relacionados con la COVID-19, da alas al discurso de odio, potencia el riesgo de conflicto, violencia y violaciones de los derechos humanos, y amenaza las perspectivas a largo plazo de impulsar la democracia, los derechos humanos y la cohesión social”.

Pero la difusión de esta información no hubiese sido tal sin las redes sociales, cuyo número de usuarios activos aumentó en un 13,2% a nivel global durante el año pasado. Durante la pandemia, estas herramientas han permitido mantener la comunicación con familiares y amistades, promover iniciativas ciudadanas y acompañar a aquellas personas que viven solas. Sin embargo, su mal uso también ha tenido efectos negativos. Uno de ellos, acuñado durante esta crisis, es el droomscrolling: la adicción por el consumo de información negativa, en este caso, de la pandemia. Esto supone una necesidad de estar continuamente informado aun cuando esto genera un sentimiento de angustia ante los numerosos sucesos negativos que ocurren en nuestro entorno.

En palabras de López de Veneroni, aunque las redes sociales supongan conectividad, no necesariamente se da con ellas una interacción comunicativa: “Podemos estar conectados a diversos sitios y, sin embargo, permanecer profundamente aislados, socialmente desarticulados”. A través de ellas podemos acceder a grandes cantidades de información en volúmenes sobrecogedores, pero esto no necesariamente nos hace sentir más acompañados.

Por estos motivos, se están llevando a cabo por parte de las instituciones  grandes esfuerzos para la promoción de una comunicación y uso de las redes sociales responsable. Entre otras cosas, se recomienda la difusión de información precisa y basada en datos científicos, dirigida a toda la comunidad y en especial a las personas de mayor riesgo. Además, se insta a combatir la información errónea y falsa, siempre respetando la libertad de expresión. A la población se le pide responsabilidad a la hora de compartir información y verificar la procedencia de esta, y un uso medido y consciente de las redes sociales.


Autora: Alba Cobos Medina

Este artículo ha sido publicado en Città Nuova


 

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