Diálogo con Albert Cortina, abogado y urbanista, director del Estudio DTUM. Experto en transhumanismo, derechos humanos y ética aplicada a las tecnologías exponenciales. Docente, investigador y autor de diversas publicaciones relacionadas con estas materias.
¿Cuál fue su primer acercamiento al tema del transhumanismo?
Fue como afrontar un drama. Al principio parece un tema de ciencia-ficción con tintes apocalípticos. Luego, profundizando, te lleva a estudiar a fondo el humanismo y más concretamente el humanismo cristiano, y lo contrapones a la visión del transhumanismo o humano aumentado (H+). Sus ideólogos quieren dejar atrás a la humanidad, sin embargo, nuestro compromiso es profundizar en ella y hacernos más humanos (+H) como criaturas conectadas con el cosmos y con el Creador.
El tema aún no está en el debate público, ¿hay que tomarlo en serio?
No está en la calle con la marca H+, pero sí a través de las potentes tecnologías con las que convivimos: artilugios que aumentan nuestras capacidades, robótica, Inteligencia Artificial (IA)… Hay que suscitar el debate en la sociedad sobre si debemos superar lo humano. Estas nuevas ideologías plantean la evolución mejorada de la especie humana, a través de la ciencia, la tecnología, la nanotecnología, la hibridación con la IA, la transformación en cíborg… Todo ello, aunque no articulado, ya está interiorizado culturalmente.
Considero peligroso afirmar que profundizar en lo humano (valores, educación…) son procesos demasiado largos. ¡Pero si lo mejor que hemos hecho en la historia de los últimos siglos como civilización es fruto de procesos derivados de la cultura y la educación!
Se dice que la singularidad tecnológica dará lugar a un salto evolutivo irreversible hacia el posthumano…
Lo de irreversible exige un debate, porque el proyecto humano es abierto; no estamos predeterminados solo hacia una determinada humanidad. Por tanto, como proponen los transhumanistas, podemos mejorar en esa evolución irreversible, pues de hecho vivimos en continua evolución, para aumentar en humanidad. La evolución no tiene que ir irreversiblemente a peor, sino hacia un perfeccionamiento y aumento de capacidades de lo humano, con las herramientas que ofrecen la técnica y las biotecnologías. No perdamos de vista que «al final de los tiempos», lo revela la Biblia, la creación será restaurada (cielos nuevos y tierra nueva). Ese es el auténtico destino del ser humano: el reencuentro de su alma inmortal con su cuerpo resucitado para vivir eternamente.
Por eso la palabra irreversible me gusta: nos pone en acción. El peligro está en echarnos en brazos de la tecnología y acabar esclavos y descartados por obsoletos, dependientes de esa creatura que el ser humano mismo ha construido.
Mejorar es un anhelo permanente de la humanidad. ¿Dónde está la trampa?
El H+ se presenta no solo como ideología, sino como una nueva tecno- religión. Empecé a percatarme de ello al estudiar el pensamiento de algunos filósofos de la Universidad de Oxford y después de comprender la visión futurística sobre la tecnología de algunos gurús de Silicon Valley. Descubrí su visión antropológica y cultural, desde la idea del cíborg hasta la del transgénero, transespecie, transhumano y posthumano. Todo ello va calando también en ámbitos religiosos, incluso místicos y espirituales, como promesa de salvación y nueva deidad: la Superinteligencia.
Mejorado en el cuerpo y sobretodo en la mente, pretenden que el posthumano sea la nueva humanidad, que no solo ha excluido a Dios, sino que ahora apartando al propio ser humano, lo entroniza a él como una nueva especie que puede llegar a dominarnos porque sería más inteligente y con connotaciones casi divinas.
Se produce de este modo un traslado de la mente, de la conciencia intangible –el alma– hacia una conciencia tecnológica. Incluso se concibe la posibilidad de una inmortalidad cibernética en metaversos digitales similares a la actual nube de Google: ese cerebro mundial donde están ya ubicados nuestros datos identitarios y al que accedemos para obtener información casi infinita. Hay que recordar que todas esas tecnologías son solo herramientas para hacernos más humanos y, ojalá, también lo fuesen para acercarnos más a Dios. Tenemos que profundizar en lo que tenemos de “serie” como humanos: la conciencia y la espiritualidad. Porque nuestra mente conectada con el corazón puede hacer cosas impresionantes, pero desde lo humano, y no prescindiendo de lo humano o marginándolo.
Seguimos sufriendo por la pandemia, que ha relativizado el sentimiento de omnipotencia y confianza en el progreso infinito, pero reclama ganar la batalla a esa humillación universal…
Veo esta crisis sanitaria como un aviso del que sacar enseñanzas, como una cura de humildad. Y es que un virus insignificante ha puesto patas arriba al mundo que se estaba construyendo globalmente, como en su día la Torre de Babel. El transhumanismo se propone como la ideología del Nuevo Orden Mundial postpandémico, trasladando a la ciudadanía el debate de la comunidad científica, y anunciando el advenimiento de un hombre nuevo cibernético.
Curiosamente, a principios de octubre de 2021 se reunió en el Colegio de Médicos de Madrid la 15ª cumbre mundial, Transvisión, de los gurús del H+. Tema en agenda: prolongar la vida indefinidamente, hasta la amortalidad. El estudio sobre el envejecimiento es una línea de investigación seguida por científicos serios, y está muy bien. El problema surge cuando subyace la idea de la pseudo-religión transhumanista y profetizan hacernos inmortales. Y hay para preocuparse cuando en foros mundialistas se afirma que la pandemia no ha constituido ni un paréntesis ni una humillación, sino la gran oportunidad para acelerar el plan previsto. Además, se pide financiación y vinculación con instituciones políticas y sanitarias globales para legitimar su categoría científica. Se está fantaseando con el diseño de humanidades distintas y generando una profunda desigualdad y mayor fragmentación a nivel educativo, cultural y económico. Y quien no se adhiere a esa ideología se le tacha de negacionista del progreso. No podemos salir de esta humillación provocada por la crisis sanitaria para caer en otra aún peor: la de un totalitarismo científico y tecnológico a nivel mundial. Estamos en un momento crucial para que nuestra generación aprenda de esta crisis global y actúe en consecuencia.
¿Cuál es el papel de la conciencia, la ética, la religión?
Tenemos por delante un camino muy esperanzador: construir con dignidad y rigor en el siglo XXI nuestro ser más profundo y nuestra visión del mundo, sin que sea tachada de pseudo-espiritualidad o pseudo-ética. Podemos evangelizar la globalización. Los desafíos han de servir para unir a todas las personas de buena voluntad, desde la sabiduría de las tradiciones espirituales y las cosmovisiones culturales y ambientales. Debemos superar la trampa de la Modernidad sobre la autosuficiencia del ser humano y comprender que no nos pertenecemos porque somos criaturas de un Dios que es Amor.
La técnica y las biotecnologías son instrumentos; la conciencia es la esencia de nuestro ser como personas. Claro que nos queda el temor a la muerte, pero desde la experiencia inaugurada por Cristo podemos aportar al mundo la esperanza de la resurrección.
La entrevista completa puede verse en este vídeo:
Autora: Victoria Gómez
Este artículo se ha publicado en Ciudad Nueva – Noviembre 2021
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