Conversando con un agricultor de Les Garrigues
Para hablar de la actualidad alimentaria desde la óptica de los productores, hemos viajado a L’Albi, un pueblo de Les Garrigues una comarca en el oeste de Cataluña, para hablar con Jaume Amorós, que fue productor, transformador y comercializador en el sector alimentario.
Hombre de pocas palabras y muchos hechos que, hablando sobre sus proyectos actuales, nos ayuda a centrar criterios en torno al complejo sector productivo. Resulta agradable sentir esa “energía tranquila” que, a sus 80 años recién cumplidos, emana.
Hijo de madre ampurdanesa y padre de Les Garrigues, el aceite de oliva le ha marcado desde joven. En estos últimos tiempos, está impulsando un proyecto innovador centrado en otro ingrediente insospechado: los pistachos. No se trata de una nueva versión de la dieta mediterránea sino de cómo concibe Jaume la innovación: ir siempre algo más allá. “El precio del aceite va bajando cada día más, hay una competencia internacional muy fuerte y, por lo tanto, hay que encontrar alternativas. Ciertamente, aquí se seguirá produciendo aceite, que es de calidad excelente, pero tenemos que avistar otros caminos”. Afirma repetidas veces: “los campesinos tenemos que estar actualizados”, y él predica con el ejemplo: gracias a una aplicación, controla el riego de sus campos con el móvil.
No podemos dejar que el campo se pierda en manos de grandes empresas
Con un productor es inevitable hablar de las dificultades del sector, y las ponemos sobre la mesa: el envejecimiento de la gente del campo, el poco reconocimiento por parte de la sociedad y las administraciones… mencionamos también el cambio climático, que ya está complicando el trabajo de los agricultores y aun lo complicará más en el futuro: las heladas extemporáneas que hace pocos meses quemaron la flor de los frutales han dejado reducida a mínimos la cosecha de las tierras catalanas de Poniente; pero él da la vuelta a la tortilla diciendo que ve en la educación un medio para enderezar la situación y cerrar la brecha actual entre el mundo rural y el urbano: “Es necesario que en las escuelas se enseñe a los niños y a los jóvenes que el mudo agrario existe y que es interesante. Esto es un primer paso para potenciar la industria agroalimentaria de la zona”. Y en este caso se trata de una zona difícil: Les Garrigues es una comarca desfavorecida y con agricultura de cereal de secano, que es la que menos rinde.
El éxodo rural hacia las ciudades parece mortificar a Jaume y, a menudo, en la conversación, aparece como explicación de algunas de sus acciones: “para que los jóvenes se quieran quedar”, o “para que la gente vea que el campo tiene futuro”; y tampoco omite decir que si dejamos que los agricultores desaparezcan, de aquí a una o dos décadas nuestros campos serán de grandes empresas extranjeras que (quizás) pondrán en riesgo nuestra seguridad alimentaria y que, ciertamente, no amarán tanto la tierra como la quieren nuestros campesinos.
A la par que siento que mi ingenuidad alimentaria se va despedazando, Jaume me explica un proyecto de hace algunos años que le ha permitido aportar su granito de arena a la solución de algunos de los problemas que comentamos: a finales de los años 90, liderando un grupo de agricultores del pueblo, se fijó la meta de convertir los terrenos del municipio de secano en regadío. Las primeras prospecciones les dieron esperanza: había agua suficiente en la zona; con una inversión de 10 millones de euros (80% a cargo del sector público, 20% a cargo de los agricultores con un préstamo a 25 años), se construyeron una presa y las infraestructuras de más de 80 kilómetros de tuberías subterráneas que posibilitan el riego de unas 450 hectáreas. Para alcanzar este resultado, se requirieron muchas horas de trabajo, reuniones y se tuvo que llamar a varias puertas.
Jaume, por vocación de servicio, ha sido durante muchos años el presidente de la Comunidad de regantes de su pueblo, una función que sólo tiene paralelismo con la de los presidentes de las comunidades de vecinos en las ciudades: mucho trabajo, poco agradecido y cero remuneraciones.
No puedo evitar que desde mi interior salga el especulador que llevo escondido: “pero una hectárea de regadío debe valer el doble de una de secano, ¿verdad?”. Me quedo corto: “vale tres o cuatro veces más”, –rectifica mi interlocutor– “pero no es esta la cuestión, la cuestión es que con el regadío aumenta la productividad de la tierra y, de consecuencia, la gente puede ganarse la vida”; bofetada a mi especulador interior.
Un amor a la tierra como elemento que nos mantiene y sostiene
En el transcurso de nuestra conversación, me doy cuenta que Jaume mezcla un pragmatismo casi mercantil (“los proyectos en el ámbito agrario han de ser rentables económicamente, de lo contrario, no tienen sentido”), con un amplio conocimiento de la geopolítica alimentaria (“En Europa, tenemos seguridad alimentaria casi total, se ha invertido muchísimo en ello”) pero también con una fuerte sensibilidad hacia los desfavorecidos (“En África, se hubieran podido hacer las cosas mucho mejor por lo que respecta al desarrollo de la agricultura, y ahora no lo pasarían tan mal”).
Rasco un poco en el alma de mi entrevistado y, bajo todo este conocimiento y pragmatismo, aparece un amor sincero y profundo a la tierra, no a la tierra como una propiedad o un bien con el cual especular, ni tampoco teniendo de ella una visión idílica o romántica, sino como un elemento que se ha de cuidar porque nos mantiene y nos sostiene. Es una una herencia cultural que hemos recibido de nuestros antepasados y que dejaremos a los que nos vienen detrás. Es desde esta convicción, raramente verbalizada por quien trabaja en el campo (o en la montaña o en el mar), que los productores viven valores tales como la ecología o la preocupación por una buena alimentación de calidad para todos, aunque raramente lo expresarán como quienes viven en la ciudad.
Ganarse la vida en un entorno proclive a la especulación de los productos, con el trasfondo de la geopolítica alimentaria, el éxodo rural o el cambio climático y mantener este espíritu de servicio y sentido comunitario que muestra Jaume no ha de ser fácil. Los retos que tiene el campo son, hoy por hoy, mayúsculos.
Pero mi entrevistado es hombre de convicciones profundas, lo que remacha su esposa Josefina, que se añade a la conversación cuando ya estamos terminando: “nosotros siempre hemos tratado de hacer las cosas para ayudar y servir a los demás”, comenta con una sonrisa llena de sinceridad.
Aquí está la clave que resume toda esta conversación y que, ciertamente, puede ser también la clave para algunos de los dolores de cabeza de nuestros productores.
Autor de la entrevista: Narcís Bassols i Gardella
Este artículo ha sido publicado en el número 190 de la revista: Que aproveche
Acerca del autor
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Gràcies per compartir aquest article tan ben escrit i per tots els sentiments d’amor a la pròpia terra que traspuen en aquest testimoni de fets més que paraules!