Con este artículo empezamos una nueva sección –contrapunto– que pretende “contraponer” una voz, un argumento, una visión distinta para contribuir a la riqueza de los contrastes. Es en el espacio que abre la diversidad donde podemos encontrar la originalidad, la creatividad, lo realmente nuevo.
¿Cuándo fue la última vez que metiste un tomate en un bote?
El gesto habitual es sacarlo. Ya sea de un bote o una lata comprada en el supermercado. Sin embargo, hace pocos años, todavía recuerdo coleccionar esos botes —los del supermercado— y luego ir al pueblo, con mi tía Leonor, a envasar tomates maduros —los de su huerta. Otro recuerdo: subir al doblao (como se llama en Huelva al desván) a recoger algún bote de conserva, ya polvoriento.
Si el párrafo anterior te suena muy lejano o, directamente, a ciencia ficción, la industria alimentaria ha conseguido su objetivo: convertir lo fácil en difícil, lucrándose con ello, claro.
La industria alimentaria ha conseguido convertir lo fácil en difícil
A lo largo de la historia, la industria alimentaria no ha existido, a excepción de las tiendas de proximidad. Las latas fueron patentadas en 1810 ¡tienen algo más de 200 años! y el socorrido tetrabrick es apenas un abuelo de 70. Antes de todo eso, —y todavía hoy– mermeladas, conservas, salazones y encurtidos, se hacían y se guardaban en casa sin conservantes, fungicidas, E311, ni colorantes alimentarios. En realidad, conservar alimentos es algo bien sencillo, como demuestra una búsqueda rápida en internet.
Entonces, ¿cómo hemos llegado a este punto? Muy simple: nos hemos alejado de la huerta y la granja hasta olvidar cómo conservar sus frutos.
Sabemos que los pollos no crecen en el supermercado. Pero ¿podríamos reconocer los granos de mostaza? ¿sabríamos salar unas costillas? ¿podríamos secar unos higos al sol?
No se preocupe, no es culpa suya, es la vida que llevamos; pero hidratar unos granos de mostaza en una mezcla mitad agua mitad vinagre, agregar sal y hierbas, para luego molerlos, solo un poquito, es hoy en día un acto de resistencia que nos reconecta con nuestras raíces.
La invitación es a resistir: volviendo a coleccionar botes, llenándolos de conservas. Piénselo: resistir podría convertirse en una actividad familiar, por estaciones. Casi como ha sido durante toda la historia –y la prehistoria.
Autor: José Antonio Pérez-Robleda, educador, poeta, filósofo, papá y empecinado cocinero.
Este artículo ha sido publicado en el número 190 de la revista: Que aproveche
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