Un paseo con Josep Maria Mallarach
No nos sentamos. Y la verdad es que aquel restaurante tiene una terraza ideal para una charla sosegada, como la que nos imaginábamos. Aparcamos, nos saludamos y, de inmediato, nuestro invitado, ignorando la terraza y el café –que suponemos sería bastante bueno– nos invitó a… un paseo por aquel paraje natural de La Garrotxa. Como que habíamos quedado en hablar de ecología, de conservación del medio ambiente, de lugares sagrados y de contemplación de la naturaleza, sin habérselo propuesto, Josep Maria Mallarach nos dio su primera lección de coherencia. Y así, paseando, pasaron más de tres horas, que nos descubrieron a un hombre-mundo, un ser humano glocal –si es que puede decir así– que lo mismo puede asesorar en la reconversión ecológica del monasterio de Poblet como a los gestores de un parque natural del Cáucaso o a un pueblo de la Amazonia. Gestión y visión no son fáciles de encontrar juntas y, cuando se dan en una misma persona, la incidencia es mucho más eficaz. El entusiasmo contagioso con que nos hablaba, integrados los tres en aquel paraje natural de la Font Moixina, sólo puede proceder de la coherencia entre los hechos y las palabras cultivadas y seguramente puestas a prueba a lo largo de los años.
[En catalán: aquí podéis escuchar algunas partes de la mateixa entrevista].
1. Dimensión
¿Cómo explicas esta sucesión de crisis? ¿Son crisis diferentes?
Tal como yo lo veo, son dimensiones diversas de una crisis global y sistémica. Esta crisis de la COVID-19 es un buen batacazo. ¿Quién podía llegar a imaginarse que nos confinarían en casa o en nuestro municipio durante meses? Pero todo me hace pensar que necesitaremos más toques de atención para conseguir invertir las insostenibles tendencias actuales, que nos conducen al colapso ecológico global. Todo está interrelacionado. Fijémonos en un ejemplo de Cataluña: se ha fomentado tanto la ganadería industrial, que ahora ya tenemos la zona ganadera más grande de Europa Occidental. El problema más evidente, por lo cercano, es que no hay superficie de cultivo suficiente para absorber todos los purines y eso ha provocado grandes extensiones de suelos y de aguas superficiales y subterráneas contaminadas. También podríamos hablar de las emisiones de metano, de las patologías que afectan a los animales, pero, sin embargo, el impacto más grave de este insostenible modelo ganadero es social y su repercusión va muy lejos. Como que no podemos producir alimentos suficientes para todos estos animales, nos vamos a comprar la soja y el trigo a Brasil, Uruguay y Paraguay… hasta el punto de que alrededor del 70 % del alimento de la cabaña ganadera intensiva de Cataluña se importa de otros continentes. Un despropósito.
El impacto social de los inmensos monocultivos de soja y maíz es muy grave, desde condiciones laborales pésimas o desplazamientos de comunidades y pueblos enteros, hasta genocidios, además de la destrucción de junglas tropicales. Allí, repercuten los impactos más graves, pero no lo sabemos porque nadie nos lo explica cuando compramos un fuet, y como los precios son tan bajos, incluso puede parecernos que la opción austera es comprar aquel fuet tan barato. Ahora bien, si fuésemos conscientes de todos los impactos que ha generado, seguramente llegaríamos a la conclusión de que moralmente tal opción no se puede defender. Como veis, los impactos ambientales y sociales siempre van unidos, son las dos caras de la misma moneda.
2. Paradigma
¿Crees que somos suficientemente conscientes de la situación?
Pues no. Dado que muchos de los efectos de nuestras acciones ocurren muy lejos de nosotros, tanto en el espacio como en el tiempo, no los vemos. Y la publicidad nos los encubre. Ojos que no ven, corazón que no siente. Es un problema habitual en muchas cuestiones ambientales complejas.
Por otra parte, todo ello viene de muy lejos, de antes del Siglo de las luces. En el denominado mundo occidental, tenemos tan enraizado el paradigma tecnocrático y antropocéntrico que no nos damos cuenta de su existencia. Es como si estuviéramos dentro de una burbuja y sólo te das cuenta de ello cuando te contrastas con alguien que está fuera y que no tiene tu mismo paradigma. Desde el punto de vista de la responsabilidad moral, la ignorancia y la inconsciencia pueden considerarse atenuantes.
Podemos añadir a todo esto que el paradigma comporta siempre cuestiones de poder. Detengámonos, por ejemplo, en la palabra Naturaleza. Aunque puede parecer un concepto neutro, no lo es; lo hemos debatido ampliamente en los fórums internacionales de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), de la que formo parte. Si Naturaleza es lo que nos dicen las ciencias naturales occidentales, una realidad tangible y medible, ¿quiénes son los que saben de este tema? Los ecólogos, biólogos, ingenieros de bosques, geólogos… Pero ¿qué pasa si Naturaleza es la Madre Tierra? ¿Quiénes son los expertos en Pachamama? Los chamanes: ¿Qué deberes tenemos con nuestra común Madre Tierra? Y, si la Naturaleza es parte de la Creación, … ¿quiénes son los expertos? ¿Cuáles son nuestros deberes respecto al Creador? Como veis, en cada caso, los que “saben” no son los mismos, y los vínculos que se establecen son completamente diferentes. En definitiva, todo paradigma comporta cuestiones de poder, de derechos y deberes. No es sólo un problema conceptual, sino que genera un sistema de valores con muchas implicaciones.
La arrogancia occidental es muy fuerte y, demasiado frecuentemente, nos consideramos que estamos por encima de las otras culturas. El materialismo –que ha causado la crisis ecológica–, el antropocentrismo y el individualismo son algunos de los valores que nos han conducido a donde ahora nos encontramos. El individualismo, por ejemplo, ha provocado la fragmentación de las familias, fragmentación de los países, rupturas de estructuras sociales. La tendencia fragmentadora en la naturaleza ha provocado la ruptura del átomo, la fragmentación de los ecosistemas, etc… y así podríamos ir repasando todas las dimensiones. Todo está interrelacionado y es interdependiente. La contaminación del aire y de los acuíferos es un reflejo externo de la contaminación que, como sociedad, todos llevamos dentro.
3. Inmersión
¿Cómo puede invertirse una tendencia tan arraigada?
Una vez que te has dado cuenta del alcance de la crisis y de sus raíces, toca trabajar. Y salir de la corriente general consumista, que es tan potente, requiere mucho esfuerzo y convicción. Soy un firme defensor de las experiencias inmersivas. Desde mi punto de vista, la educación ambiental no ha cuajado porque se ha basado exclusivamente en la argumentación racional, pero el paradigma no se cambia racionalmente, los cambios profundos han de ir penetrando en nuestro interior poco a poco y la misma naturaleza, que es madre y maestra, nos ayuda. Hace milagros. Basta contemplarla, escucharla atentamente, dejarnos envolver, sentirnos dentro… Pero hemos de salir de las zonas de confort y desengancharnos del encanto y deslumbramiento de las tecnologías –la magia occidental, que dicen algunos indígenas–. Es un proceso que requiere un tiempo, unos días –mejor dicho, unas semanas–, y este es el tipo de formación que ofrece, por poner un ejemplo, el curso de postgrado sobre Significados y Valores Espirituales de la Naturaleza.
4. Resilientes
¿De quién podemos aprender?
Afortunadamente, todavía hay buenos maestros y buenas prácticas. Podemos encontrarlos en todas partes. En términos generales, yo veo dos grupos de comunidades y pueblos resistentes, que podríamos considerar maestros de la sostenibilidad: los resilientes y los convertidos. La resiliencia manifiesta adecuación a la realidad.
Entre los resistentes, encontramos comunidades y pueblos que no se han movido de sus territorios ni han cambiado la esencia de su visión del mundo ni la integridad de sus costumbres, a pesar de las inevitables adaptaciones. Su perdurabilidad demuestra que han superado la prueba del tiempo. Sin salir de Europa, ejemplo de ello son las comunidades monásticas del Monte Athos (Grecia), que mantienen vivo el rico legado cristiano ortodoxo bizantino, o los pueblos indígenas Sami, de tradición chamánica, en el norte de Escandinavia y en el Noroeste de Rusia.
De los que se convierten, tenemos el ejemplo cercano de la reciente transformación ecológica del monasterio de Poblet, fundado en el siglo XII por monjes cistercienses, de la misma orden que los que ahora siguen viviendo ahí. El padre Lluc Torcal, que lideró este proceso, decía: “ahora estamos cerrando el paréntesis de la aceptación acrítica de los beneficios de la revolución industrial”; por eso, ponía de relieve que, en su caso, no era una conversión, sino una re-conversión.
Tanto si hablamos de pueblos indígenas como de comunidades monásticas, pienso que la gran aportación de los resistentes en el mundo actual no es sólo demostrar que se pueden mantener, sino que pueden ser inspiradores de un cambio profundo. De hecho, los que se convierten se inspiran muy a menudo en estos resistentes y aprenden del poso de sabiduría que han ido acumulando a lo largo de su historia, no sólo en los asuntos de gestión sino también en los de gobernanza.
Creo que este proceso de cambio irá creciendo de manera exponencial a medida que las crisis sucesivas nos vayan golpeando. Las crisis son siempre oportunidades que nos confrontan con realidades y potencialidades que no nos podíamos imaginar.
Después de despedirnos, nos pasó por la cabeza la denominada pirámide del conocimiento, que dice algo así: de los datos (el nivel más bajo), se puede extraer información; de la información ordenada, se puede crear conocimiento y, cuando éste se aplica correctamente a la vida para el bien común, se puede alcanzar la sabiduría (el nivel más alto) que, como explicaba nuestro interlocutor, “consiste en encarnar el conocimiento adquirido”. Durante más de tres horas, recogimos mucha información y también adquirimos muchos conocimientos, pero, sobre todo, y, precisamente, porque Josep Maria Mallarach sabe relacionar magistralmente estos tres estadios, nos atrevemos a decir que salimos un poco más sabios. Quizás sí, que la coherencia se contagia.
Redacción: Josep Bofill i Francesc Brunés
Publicado en la revista Ciutat Nova 182, verano 2020.